“Mi primer día de la madre”… Por Octavio Huachani Sánchez

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Sucedió en mayo de 1986. Mi esposa había fallecido un año atrás y yo me había quedado con mis tres pequeños hijos: José, Raúl y Carlos. Esos 365 días transcurridos nos sirvió para aprender a atendernos por nuestra cuenta. Cada uno de nosotros tenía una tarea específica: además de estudiar y trabajar, limpiar la casa, tender las camas, dar de comer a los conejitos, acopiar la ropa para lavarla el fin de semana, etc.

Cada sábado íbamos al mercado para hacer las compras “para la semana”. Aprender a distinguir cada una de la gran variedad de papas y los pescados y las carnes y las verduras, fue arduo. Poco a poco nos fuimos amoldando a esta nueva vida. Pero una de las tareas más difíciles que enfrentamos y que nos tomó tiempo en aprender, fue cocinar.

Si tenemos en cuenta que ese tiempo (hace 33 años) no había arrocera eléctrica ni arroz embolsado, ni tantas máquinas modernas, se imaginarán como nos salía, por ejemplo, un arroz con pollo: puro concolón (aún sonrío cuando lo recuerdo). Pero le pusimos empeño hasta que le agarramos el punto. A partir de ese día todo fue más fácil. Y así fueron pasando los días, las semanas y los meses hasta que llegó el aniversario de la ausencia de María y fuimos a visitarla al cementerio. Pusimos las flores en su tumba (a ella le gustaban las rosas rojas en botón) y luego nos abrazamos y rezamos una oración en su nombre.

Días después, en la víspera de la celebración del Día de la Madre, me llené de nostalgia y pesar por mis hijos que pasarían ese día sin la presencia de su progenitora. Pensando en ello me dormí.

Pero al día siguiente, apenas abrí los ojos me encontré con un inmenso cartel colgado en la puerta de mi dormitorio que decía: ¡Feliz Día de la Madre papá! CA RA JO.

Al comienzo sonreí porque a pesar de sus cortas edades mis pequeños estaban reconociendo mis esfuerzos por criarlos y educarlos. Me llamó la atención, eso si, el empleo de la palabra carajo porque en ese tiempo mis pequeños eran unos caballeritos (estudiaban en el Salesiano de Breña).

Al rato los tres hicieron su aparición y abalanzándose uno a uno  me abrazaron y hasta me besaron las mejillas. “Este beso es para mamá”, me dijeron. Cuando les pregunté el porqué de la palabreja, me respondieron “tú tienes la culpa”, nosotros solo hemos armado un acróstico con nuestros nombres: CArlos, RAúl, JOsé.

Todos reímos de muy buena gana. Y para celebrar “mi día, los invité a almorzar. En realidad debo reconocer que los años siguientes fueron maravillosos. Pero con el pasar de los años, mis hijos fueron creciendo y poco a poco aquellos disfrutes fueron haciéndose cada vez menos frecuentes hasta el día de hoy que, cada uno de ellos lo celebra en sus casas  acompañados de su familia.

Así es la vida. Así lo asumo. Pero, eso sí, nadie me quita los recuerdos y los momentos que pasé al lado de cada uno de ellos cuando pequeños. Fueron como dije, años maravillosos y hermosos e irrepetibles.