Han muerto 24 personas en el país africano
Los primeros habitantes llegaron antes del amanecer, cuando las farmacias aún no habían abierto, con la esperanza de conseguir una mascarilla o unos antibióticos contra la peste.
La enfermedad ha vuelto a la capital malgache, Antananarivo, donde se ha cobrado seis vidas y desatado pánico entre la población.
Como muchos otros, Johannes Herinjatovo, de 50 años, se levantó al alba para hacer cola frente a las farmacias. En vano.
«Ya fui a seis esta mañana y cada vez me dijeron que no quedaban mascarillas», protesta, mientras sale de una de ellas.
Su esposa, Miora Herinjatovo, de 55 años, tuvo más suerte. Encontró una en un hospital. A falta de mascarilla, su marido se conformó con unos comprimidos de un antibiótico administrado contra las infecciones pulmonares. El ministerio de Salud lo desaconseja contra la peste pero a él le da igual, piensa tomárselo si se encuentra mal o tiene fiebre.
«Tenemos miedo», justifica Johannes Herinjatovo, «todas estas muertes muestran que la situación es grave».
– Avalancha –
El balance anunciado el sábado por el primer ministro, Olivier Mahafaly Solonandrasana, ha causado pánico. Desde finales de agosto han muerto 24 pacientes de peste.
Si se detecta a tiempo, la peste bubónica se cura con antibióticos.Pero su variante pulmonar, que se transmite mediante la tos, puede ser fatal en menos de 72 horas.
La capital malgache está acostumbrada a la peste, que se transmite a través de las pulgas que parasitan las ratas.
Este año es más preocupante que otros. Es más precoz y «afecta a las grandes zonas urbanas, al contrario de las epidemias anteriores», según la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Para intentar atajarla, el gobierno ha anunciado medidas inéditas, como la prohibición hasta nueva orden de todas las reuniones públicas en la capital.
Los habitantes de Antananarivo han reaccionado avalanzándose a los únicos medios a su disposición: las mascarillas y los antibióticos, sin confiar demasiado en su eficacia.
«Hacemos cuanto creemos útil para protegernos», reconoce Rondro Razafindrainy, de 37 años, delante de una farmacia. «La peste pulmonar se transmite por vía aérea, lo he leído en internet», «por eso creo que se necesita una mascarilla», añade esta mujer.
– Pánico –
Prueba de la preocupación generalizada, el precio de las mascarillas se ha disparado. En unas horas, se ha duplicado, pasando de 300 a 600 ariarys (10 a 20 céntimos de euro).
Las autoridades locales intentan tranquilizar a la población.
En vez de ponerse mascarilla, el doctor Manitra Rakotoarivony del ministerio de Salud aconseja no hablar enfrente de alguien y acudir al hospital más cercano en cuanto aparezcan los primeros síntomas.
Las autoridades también han multiplicado las trampas para ratas y las pulverizaciones con insecticidas.
Y, «concentramos nuestros esfuerzos en combatir Facebook, porque circula demasiada desinformación en las redes sociales y crea pánico», añade el doctor Manitra Rakotoarivony. «Podemos tratar la peste, tenemos los medios», repite.
Los mensajes por radio y los números telefónicos gratis de información no parecen haber tranquilizado a la población.
Casado y padre de cuatro hijos, Henri Rakotoarilalaninaivo ha sufrido la psicosis en carne propia. Tuvo que desnudarse, bañarse, cenar y dormir solo para evitar todo riesgo de contagio. Se lo ha ordenado su mujer, que es médica.
«Lo acepto por el bien de mi familia», declara él, «pero tengo la impresión de estar castigado».
(Fuente: Andina)