“Los niños de la calle”… Por: Octavio Huachani Sánchez

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Son las diez de la noche y las calles de Lima se muestran más oscuras y más frías que otros días. Los tres niños continúan caminando sin prisa y sin preocuparse de la hora ni el lugar donde llegarán. Después de todo, las calles son su casa.

Gabriel es el mayor pero no sabe exactamente cuántos años tiene. Usa pantalones anchos y una polera con capucha que esconde parte de su rostro y su secreto. Andrés es delgadísimo, tiene la mirada perdida y vidriosa y desconfía de todos. Le dicen “Ñato” y no habla, pero sus rasgos andinos lo delatan. Alfredito es el más chato de ellos y siempre está bromeando. “Creo que tengo 12 o 13 o 14 años creo  pero eso sí, soy del Callao” confiesa riendo.

Llegan hasta La Parada caminan un poco más y ubican un espacio al lado de un puesto de papas, entonces buscan cartones y costales para echarse. Duermen.

Un bullicio tempranero les arrebata sus sueños. Se levantan y van en busca del baño público. Una señora gorda y greñuda les cierra el paso. Lleva un palo en sus manos y una mirada fiera en sus ojos. “Ya pe tía solo vamos a lavarnos la cara para salir a chambear. Mañana le pago, por mi marecita!”, le dice el “chato Alfredo. ¿Si? ¿De  dónde? Ya me deben un montón de plata y nada, puro juramentos son ustedes. Está bien pasen pero salgan rápido, les grita mientras se hace a un lado de la puerta.

Salen con la cara mojada y peinándose con las manos. Llevan prisa. “Tamare ya se nos hizo tarde” Vamos suban rápido a ese ómnibus les grita Gabriel ¿pero y los pasajes? preguntan mientras se trepan al bus. En vez de responder Gabriel se cuadra en medio del pasillo del vehículo de transportes y grita a viva voz: “Señoras y señores, jovencitas estudiantes y madres de familia, con el respeto que se merecen tengan ustedes muy buenos días. Somos tres muchachos que nos ganamos la vida de manera honrada y sin hacer daño a nadie. En estos momentos estamos juntando para comprar tres bolsas de productos golosinarios para tener nuestra platita y poder estudiar y ser alguien en la vida. Dicho esto voy a cantarles algunas cancioncitas mientras el chato Alfredito bailará y el maestro Andrés de la sinfónica nacional tocará el güiro. Acto seguido el “Ñato” saca una lata de leche vacía y muestra un peine que luce desdentado.

Luego de la cuarta canción Gabriel pide una colaboración: “Señoras y señores, gracias por escucharnos. Ahora pónganse una mano al pecho y la otra en el bolsillo derecho y pongan una monedita en la gorra de mi compañero que asará por sus asientos. Mientras interpretaremos nuestra última canción.

Bajan en el cruce de la Av. 28 de Julio y Paseo de la República y, sin contar las monedas, se dirigen raudos hacia uno de los restoranes cercanos al terminal de las agencias de transportes interprovinciales. Está cerrada. Tocan la puerta metálica e ingresan. Entonces cada uno empieza su tarea de limpiar la cocina, el patio de comidas y lavar los platos. Cuando terminan su labor se sientan en una de las mesas y con una avidez que delata su hambre, empiezan a comer de las fuentes de comidas que han sobrado del día anterior. Tragan hasta hartarse y el resto lo guardan en una bolsa que han cogido del mostrador.

El japonés abre la puerta y los tres niños salen a la calle. Su única paga ha sido la comida. Caminan hasta llegar al Palacio de Justicia y sientan en las gradas. Mientras Alfredito y Andrés miran a las decenas de transeúntes que, maletín en mano, caminan muy apurados como si estuvieran atrasados en sus citas, Gabriel va contando las monedas que recolectaron en el ómnibus.

-Hay dieciséis soles, les dice.

-Guárdalos, yo me voy a limpiar las lunas de los autos, dice Alfredito.

-A mi dame cinco soles que quiero ir a visitar a mi tía Juana, dice “Ñato”, mientras estira la mano.

-Está bien pero no hagas cagadas le responde Gabriel. Yo me voy a ayudar pelar papas a la pollería. Nos vemos más tarde en la Plaza San Martín.

Son las siete de la noche y una llovizna viene mojando las calles de Lima. Gabriel acelera el paso hasta llegar a la Plaza San Martín, mira con aprensión a su alrededor hasta encontrarse con la mirada del “chato” Alfredo. ¿Y el “Ñato”? le pregunta. Alfredo levanta el brazo y le señala un rincón de la pileta que está seca, polvorienta y llena de papeles y botellas de plástico. Se acerca a su amigo que luce flaco y con la mirada pérdida y le entrega seis panes y dos plátanos de la isla que había recogido de uno de los tachos de basura del Mercado La Aurora. -No tengo hambre le dice. -Tamare, huevón tienes que comer si no te nos mueres y bota esa bolsa de terokal de una vez, le riñe.

Lo levantan y mientras come, los tres empiezan a caminar hacia el Barrio de Malambito. Andrés lo hace a duras penas. A la entrada del callejón del Buque saludan al tío “Cuerpito”, que está tomando llonque con unos fumones, e ingresan. Pasan al fondo hasta llegar a un cuarto derruido por la lluvia y por el tiempo. Cada uno busca sus cartones y unas raídas frazadas que apenas cubren sus frágiles cuerpos. Duermen pensando que el día de mañana podría ser un día mejor.

A eso de las cinco de la mañana una mano sacude a Gabriel.- Gabriel, Gabriel: ¡El Ñato está frio y no despierta! Grita Alfredito. Creo que se murió…

Cuando la policía de Monserrate llega “al lugar de los hechos”, encuentran un cuadro desolador: Dos niños llorando, abrazando fuertemente el cuerpo inerte de su amigo pidiéndole que no se vaya. El cuerpo de Andrés está tendido sobre un petate que una vecina regaló y su cuerpo rodeado de muchas velas encendidas, que también parecen llorar.

(La historia de estos niños es igual o parecida a la de muchos niños que viven en las calles y que son producto del abandono y la pobreza en sus propias familias. Mi primer contacto fue con Gabriel que al comienzo se mostró muy receloso y desconfiado. ¿No eres uno del grupo Terna, verdad? preguntó. Cuando le enseñé mi carné de periodista recién creyó que mi deseo era escribir una historia sobre los niños de la calle. Acepto “pero sin fotos”, fue su condición. Gabriel en verdad era Gabriela. Ella llegó a la capital junto a su hermanita menor para ayudar a su madrina que las iba a poner a estudiar y hacerse cargo de sus gastos. Desde el primer días las dos trabajaban como sirvientas de la madrina que nunca las puso en el colegio. A los cuatro meses su hermanita desapareció y después cuando se enteró que su madrina la había vendido a una amiga de Madre de Dios, decidió escapar de esa  casa y trabajar hasta reunir dinero para buscar a su hermanita. Pero en la calle se encontró con distintas amenazas, como la delincuencia, las drogas y la prostitución. Entonces decidió cambiar de nombre y de vestimenta como una forma de protegerse.

Andrés se vino de la sierra porque su padrastro cada vez que llegaba borracho le pegaba hasta desmayarlo. Alfredito era en realidad de Canta pero decía que era chalaco.)

Existen más de 200 millones de niños en todo el mundo, que viven o trabajan en las calles, lo cual es más que toda la población de Francia y Gran Bretaña juntas. En Sudamérica, al menos 40 millones de niños viven en la calle; en Asia 25 millones; y en toda Europa aproximadamente otros 25 millones de niños y jóvenes viven en las calles. Se calcula que en el año 2020, habrá 800 millones de niños en la calle.