“Tus derechos terminan donde empiezan los derechos de los demás”. Esta frase bien podría aplicarse a todos lo que vienen participando de esta suerte de comedia de equivocaciones en que ha terminado por convertirse la huelga de los profesores y quienes de una u otra manera han participado en la búsqueda de una solución.
Todos sabemos que cuando se “negocia” un pliego de reclamos ambas partes terminan cediendo algo y asunto arreglado. Imposible imaginar el logro del 100% del petitorio o viceversa.
Los 70 días transcurridos vienen perjudicando no solo a los 3.500.000 millones de educandos en todo el país sino también a miles de comerciantes del cercado de Lima que, ante la violencia desatada, se han visto obligados a cerrar sus puertas con la consiguiente merma de sus ingresos.
La huelga de los maestros que se inició en el Cusco, sorpresivamente alcanzó éxito masivo todo el país y reanimó conflictos y carencias dormidas como sus sueldos. Teniendo como mediadores a congresistas de las bancadas parlamentarias a excepción de Fuerza Popular, se llegó a un acuerdo en casi su totalidad.
Pero después de consultar con sus bases, los dirigentes liderados por Pedro Castillo Terrones pusieron otras condiciones imposibles de aceptar como aumentar hasta el 10% del PBI al sector educación, algo que no sucede en ninguna parte del mundo y, además, anular las evaluaciones o en el mejor de los casos que estas no sean causal de despido aunque haya desaprobado hasta en tres ocasiones.
En cuando al primer punto adicional, no es ese el sentido de una reivindicación sindical auténtica, ya que no se puede prescindir del realismo educativo y la realidad económica y del alcance social de sus exigencias.
Sobre las evaluaciones los maestros tienen que entender que la verdadera calidad de un maestro se ve en su producción cuyo producto visible es la calidad del alumnado.
Si bien la mediación y el voluntarismo de algunos congresistas es loable no lo es el desafortunado oportunismo de otros políticos que tratan de llevar agua para sus molinos.
El ex presidente Alan García, por ejemplo, escribió en su cuenta de Twitter “Que el Gobierno del presidente Pedro Pablo Kuczynski no puede actuar «con temor y arrinconado». «Tengo mucha confianza en que la inmensa mayoría de profesores del país, en su momento, volverán a las aulas porque aman a sus alumnos y no tienen ningún temor a la evaluación”.
Una confianza que no la tuvo en su segundo mandato, -cuando era ministra de Educación Mercedes Cabanillas-, las aulas se vieron invadidas por aproximadamente 90 mil personas que sin contar con ninguna formación pedagógica ingresaron al magisterio sin una previa evaluación sicológica, ni académica. El requisito único era contar con 5to. año de secundaria y que en su primer gobierno ocurrió la caída más brutal de los salarios docentes de los últimos 40 años-
Tampoco hay que olvidar que sus lapidarias palabras: “Hay mucho “comechado” que no quiere ir a dar clases, que no quiere capacitarse, y (…) lo que queremos es que (…) enseñen mejor a nuestros hijos”.
Por su parte, después de reunirse con los dirigentes de Conare-Sutep, la congresista Rosa Bartra de Fuerza Popular declaró, que está de acuerdo con los profesores que las evaluaciones sean transparentes y de acuerdo a nuestra realidad.
Puede ser. Pero hay que recordarle que el ex presidente Alberto Fujimori, fue quien cerró el Instituto Nacional de Investigación y Desarrollo de la Educación (INIDE), propiciando que fuesen terceros quienes asuman la responsabilidad de la capacitación a los docentes.
De otro lado la interpelación a la ministra Marilú Martens revela que los de FP no tienen una preocupación genuina por la educación peruana y que solo tratan de dejar en ridículo a quien le ganó las elecciones.
Finalmente, sin duda, el gobierno central es el responsable de no tratar esta huelga en su debido momento. Las huelgas no aparecen de un momento a otro.
Lamentablemente la impericia política del presidente Kuczynski ya no resulta una novedad. Todos sabemos que no cuenta con cuadros políticos preparados para solucionar conflictos con antelación.