“El primer abogado peruano”… Por José Luis Vargas Sifuentes

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1899
Imagen: El Peruano

Hasta muy avanzado el siglo XVI, la abogacía en el Virreinato del Perú la ejercían quienes vinieron de España a América con este propósito. Graduados en las audiencias, los abogados inspiraban su defensa en las llamadas ‘Leyes de Toro’ de 1505, y aplicaban los decretos reales, cédulas y ordenanzas de Toledo, entre otras.

(Leyes de Toro era un conjunto de 83 leyes promulgadas el 7 de marzo de 1505 por los Reyes Católicos, en la reunión de las Cortes en la ciudad de Toro, en nombre de la reina Juana I de Castilla.)

Los abogados hispanos no eran bien vistos en la audiencia de Buenos Aires, cuyo cabildo tomó un acuerdo el 29 de octubre de 1613, por el cual fue aprobado una propuesta del regidor Del Cerro, que decía: “La experiencia ha demostrado el daño que de haber letrados y letradas, resulta a esta República, porque enredan a los vecinos en pleitos y alteran la paz.”

La cosa cambiaría a partir del 10 de enero, día en que la Universidad Nacional Mayor de San Marco recibía a Leandro de la Rinaga como el primer abogado en acto de gran solemnidad, que se avivó y realzó “en esta hora de evocación de la fecha propicia en que los conquistadores castellanos trazaron el emplazamiento de nuestra ciudad”, según documentos de la época.

De la Rinaga Salazar fue ‘un limeño reputado de gallardía insigne’, según el historiador José M. Valega, y recordado en una crónica de Percy Mac Lean E., publicada el 18 de enero de 1935 en el diario La Crónica de Lima.

Ambos historiadores afirman que fue limeño, caballero de Santiago y oidor de Panamá, e hijo del capitán Juan de la Rinaga, uno de los primeros conquistadores de Quito y que, según Garcilaso de la Vega, introdujo los camellos al Perú.

Conforme a la costumbre de la época, la graduación del letrado motivó la realización de diversas ceremonias plenas de pompa y solemnidad, incluyendo una gran fiesta en Acho, en las que participó el propio virrey, pues era el primer peruano que se recibía de abogado.

De la Rinaga fue un gran jurisconsulto, asesor del virreinato y del cabildo; rector de la universidad decana de América en cinco oportunidades (1599, 1603, 1609, 1619 y 1620); y alcalde de Lima en 1622, a quien competía en esa época la administración de justicia en primera instancia.

También se desempeñó como rector del Colegio Real de San Felipe y abogado general de indios ante el juzgado privativo creado por el virrey Marqués de Salinas para dilucidar los derechos de los indígenas en las controversias que les promovían los españoles.

Según Mac Lean, “ejerció la profesión de abogado con la probidad, rectitud y desinterés del que sabe que ejerce una noble función social. Tuvo las dos más altas cualidades de un abogado: talento y palabra que amplifica y desmenuza. En las muchas causas que sentenció como alcalde del cabildo probó que a su ilustración notoria unía una rectitud inquebrantable.”

Añade que como catedrático y rector de San Marcos demostró su espíritu de rectitud intelectual, probidad casi filosófica, y gentiles cualidades de severidad y de prudencia. Sus clases, por lo académicas, por la enseñanza fecunda y fuerte que se desprendía de ellas, fueron a decir de sus biógrafos, “conferencias magistrales dignas de mejor medio intelectual”.

“La palabra reposada y la inflexión de voz pausada y grave del doctor Rinaga, la pureza de su estilo, claridad en el concepto y sobriedad en la expresión hacían que de una clase suya se conservara recuerdo perenne destinado a estar siempre unido al recuerdo del pasado universitario. Lo mismo en la cátedra que en el estrado judicial, Rinaga supo decir bellas teorías de justicia y de verdad.”

Una crónica de la época demanda que “por sus muchas virtudes, sus muchas letras, calidad y suficiencia”, sea honrado por Su Majestad concediéndole los más altos honores.

En su libro ‘Política indiana’, el jurista español Juan de Solórzano y Pereyra dice de Rinaga que “fue abogado general de los indios por espacio de 24 años y para comprobar su talento bastará decir que fue asesor general en el solio de aquel santo virrey (que por serlo duró tan poco en el Perú) don Gaspar de Zúñiga y Acevedo, Conde de Monterrey”.

Rinaga publicó en 1616 un ‘Memorial sobre el oficio de Protector General de los Indios del Perú’, de gran utilidad para el estudio del Virreinato, a decir del historiador Valega.

De la Rinaga contrajo matrimonio con Juana Cerveras, limeña de ilustre prosapia, y nunca desmayó en el cumplimiento de su deber hasta su muerte el 5 de noviembre de 1624, a los 61 años de edad.