“El Caminante”… Por Octavio Huachani Sánchez

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Apenas se despierta, Ricardo Sánchez Trucio empieza a recorrer las calles desde que amanece hasta que anochece. Por las mañanas se ofrece a las señoras a comprarles el pan, barrerles el frontis de sus casas, botarles la basura o hacerles algún recado a cambio de algunas monedas que lo ayuden a comer.

Pero hay días en que las cosas se le ponen difíciles porque apenas consigue para el desayuno. Cuando eso sucede, no reniega ni maldice, solo se encoge de hombros y sigue caminando. Camina lento como si no tuviera apuro en llegar a algún lugar. No repara en las horas que inexorablemente van pasando a su lado. Tampoco tiene temor a que la noche le sorprenda en calle. Después de todo, desde hace mucho tiempo, la calle es su hogar.

A sus 81 años Sánchez Trucio a veces trabaja como asistente de albañil y premunido de una lampa ayuda a mezclar cemento con arena, llevar ladrillos a un segundo piso, botar desmonte, etc. Termina la jornada agotado pero satisfecho porque ese día ha logrado conseguir dinero para varios días de comida.

De tez morena, frente amplia y pelo canoso, don Ricardo viste una camisa de franela a cuadros, tipo leñador que sin duda conoció mejores años. Siempre usa lentes oscuros. Con su andar bamboleante y lento su figura es familiar entre las personas de su barrio. A veces algunas vecinas le alcanzan un plato de comida o un vaso de gelatina, entonces toma asiento en una enorme piedra que está enterrada en una esquina y almuerza sin importarle de las miradas o sonrisas burlonas de personas que no conocen su cotidiano drama.

De joven trabajó de albañil, “pero en grandes obras”, acota. Los fines de semana los consumía en jugar futbol, su gran pasión. Era un delantero codiciado y por eso jugada por varios equipos en un mismo día. Pero una lesión a la rodilla lo sacó del campo de juego y años después regresó pero esta vez para ocupar el puesto de arquero.

Debido a su gran parecido físico y forma de atajar los balones fue motejado como “Caimán” Sánchez, aquel gran arquero paraguayo.

Ahora solo se dedica a mirar como otros equipos de barrio juegan u observar los partidos nacionales e internaciones cuando se cuela en algún bar que exhibe un televisor para atraer clientela. Luego comenta el partido y cuando no encuentra auditorio se levanta y continúa su camino.

Aconsejado por algunos amigos, hace cuatro meses Sánchez Trucio presentó su solicitud para inscribirse al programa Pensión 65 con la esperanza de encontrar un modo que lo ayude a solucionar sus problemas por lo menos durante un mes. “Para mí es un caso de vida o muerte porque ya mi mochila está recontra cargada de años y francamente cada día me resulta más difícil caminar”, dice.

Para ello dio la dirección de la señora Ana Gómez, quien generosamente le ha cedido una habitación, sin techo, ni agua, ni luz en la azotea de su casa, a cambio de hacer limpieza en su vereda.

Lamentablemente, el día que los inspectores de Pensión 65 fueron a hacer la verificación de su domicilio don Ricardo se encontraba, como todos los días, recorriendo calles tratando de ganarse el pan de cada día.

Pese a que después fue a la oficina del Programa Pensión 65 para dar las explicaciones del caso, le respondieron que su expediente se encuentra entre los rezagados y sin fecha para una posterior verificación.

Casos como el de don Ricardo se multiplican en nuestro país. En el Perú existen casi tres millones de ancianos y solo 700 mil son pensionistas. Por eso para los más de dos millones de peruanos que superan los 65 años el Programa Pensión 65 resulta una esperanza de vida.