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sábado, 19 abril, 2025
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¿A dónde se van los tiempos perdidos?… Por Octavio Huachani Sánchez

Como siempre, casi por inercia, salió a comprar pan para su desayuno y dos o tres periódicos para leer, los mismos que después solo hojearía antes de tirarlos encima de una ruma de diarios y revistas. Apenas había probado el café que lo esperaba humeante y los crocantes tostados con mantequilla que quedaron a medio comer cuando abandonó la pequeña mesa.

Caminó hacia su dormitorio. En un lado del pasillo colgaban decenas de diplomas de reconocimiento por su destacada labor: premios y distinciones de instituciones nacionales y extranjeras. Todas estaban fechadas en décadas pasadas.

En el otro lado estaban las fotografías que silentes lo mostraban al lado de políticos, presidentes de la república, escritores y artistas de renombre.

Había laborado en la mayoría de medios: periódicos, revistas, emisoras radiales y canales de televisión como director de los noticieros que ahora habían cedido sus espacios y horarios a los programas de concurso, realitys, faranduleros y cuanta estupidez se les ocurriera a los nuevos “genios de la televisión”.

En una bolsa colocó la ropa que llevaría a la lavandería. La acomodó casi a la perfección: pantalones, camisas y alguna casaca impecablemente dobladas. Todo lo hacía lentamente. Después de todo no tenía prisa alguna.

Antes de salir, prendió su laptop y envió, otra vez, un escrito a varios editores. En su correo no encontró ningún mensaje. Tampoco en su Facebook. Una mueca de desilusión se dibujó en su rostro antes de que apagara la máquina.

Decidió postergar lo de la lavandería e ir a caminar por los lugares donde antes había transitado. Apenas salió de su casa enrumbó sus pasos hacia sus recuerdos. Después de mucho tiempo deambuló por la ciudad recorriendo calles, parques, avenidas, malecones, callejas y cada lugar por las que había estado en “comisión” o por placer. La idea era reencontrarse con algunos de esos momentos. Pero nada.

Notó que todo había cambiado: Las calles, las tiendas y los restoranes no eran los mismos. La gente tampoco era la misma. Hasta los periódicos no eran los de antes. Algunos habían desaparecido como también habían desaparecido varios de sus colegas y amigos.

Habían transcurrido varias horas desde que salió de su casa y sin darse cuenta ya era de noche y se encontraba en medio de la plaza principal de la ciudad. Buscó una banca vacía y tomó asiento. De pronto su mente fue invadida de remembranzas que dieron paso a las añoranzas. Tuvo que admitir que llevó una vida desordenada, fatua, ligera, plena de placeres momentáneos, de libaciones nocturnas y amores de una sola noche y que ahora estaba solo. Solo y hablando en solitario como si estuviera acompañado.

“Ahora al parecer a  nadie le importa lo que yo pueda hacer. ¿Sabes que tengo un nieto al que nunca he visto?  Se llama Nicolás. No me he atrevido a verlo porque me da vergüenza de que me vea así, de esto modo, cuando antes era un periodista exitoso. Y ahora pensando en él,  he vuelto a las noticias escribiendo en un periódico digital que se han convertido en el refugio perfecto para periodistas  desempleados o pensionistas como yo. Aunque solo actuamos en calidad de “colaboradores”.

“Muchos no entienden que hacemos este trabajo ad honoren solo para demostrar que aún podemos hacerlo, que estamos vigentes y porque, en mi caso, quería que algún día  lo viera mi pequeño nieto. Tengo que reconocer que en muchas ocasiones metí la pata con  mis hijos: Nunca estaba en casa y cuando estaba en realidad no lo estaba porque siempre estaba contestando llamadas telefónicas o con el rabillo de un ojo mirando los noticieros en la TV o escuchando las noticias en la radio mientras me hablaban mis hijos. Si, fui un mal padre y ahora que me arrepiento quisiera recuperar esos tiempos perdidos”.

Habían transcurrido varias horas mientras él permanecía sentado en aquella fría banca y de cuando en vez alisaba sus cabellos largos y canos, mientras una y otra vez se preguntaba  ¿a dónde se van los tiempos perdidos?

Así las cosas, ahora solo le quedaban los recuerdos de momentos pasados. De muchas amistades y algunos romances frustrados que dejaron sus manos y alma desasidas. Entonces se convenció de que así iba a estar el resto de su vida.

Con pasos cansinos inició el camino de retorno hacia aquella oquedad en que se había convertido su vida.

Cuando estaba a pocos pasos de su casa sonó su celular y mientras se disponía a responder la llamada de un colega que era gerente de noticias de un Canal de TV, notó que había luz en su sala y que adentro había gente cuyas siluetas eran semejantes a la de sus hijos, y hasta le pareció escuchar la voz de un niño…

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