En realidad, se trató de dos movimientos masivos de niños, jóvenes y parte de adultos, que se originaron simultáneamente en Francia y en Alemania, para converger en una sola peregrinación y en la que perdieron la vida no menos de 40,000 niños, y otros miles terminaron como esclavos de los musulmanes, en una descabellada empresa mística, alentada del más extraordinario e inconsecuente fervor, que terminaría en el más absoluto fracaso.
La Cruzada de los Niños o Cruzada Infantil es el nombre dado a un conjunto de hechos históricos mezclados con relatos fantasiosos que ocurrieron en 1212. Esta combinación dio lugar a varios informes con varios elementos en común: un hombre llevando a un gran grupo de niños y jóvenes menores a marchar al sur de Italia con el objetivo de liberar Tierra Santa (Jerusalén). Hay varias versiones diferentes y los hechos reales que dieron origen a leyendas continúan siendo debatidos por los historiadores.
Pobres, sin armas, en abigarra procesión, desfilaron por los caminos y aldeas de Europa medieval para tratar de conseguir lo que no habían obtenido los mayores: la conquista del Santo Sepulcro.
La Cruzada de los Niños produjo profundo impacto entre los contemporáneos de la Europa cristiana. Numerosos cronistas consigan el paso de los niños y la reacción, no siempre benévola, que hallaron durante su marcha.
Modernos historiadores coinciden en señalar que se trató de varios movimientos simultáneos, que se unieron en dos grandes expediciones, una francesa y otra alemana.
Cruzada de los niños. Grabado de Gustave Doré.
El primer movimiento colectivo se originó en Alemania, donde apareció un pastor de nombre Nicolás, que reunió en torno suyo a una multitud de niños y mujeres. Afirma que por orden de un Ángel debía dirigirse con ellos a Jerusalén para liberar la cruz del Señor, y que «el mar, como en otro tiempo del pueblo israelita, les permitiría atravesarlo a pie enjuto».
La gente hablaba sobe el poder milagroso de este niño y se unía a la caravana, conformada por unos 7,000 niños y jóvenes que, a través de los Alpes, llegaron a Génova a fines de agosto, a esperar embarcarse o que el mar se abriera para cruzarlo.
Como las aguas del Mediterráneo no se abrieron como se les prometió, el grupo se disolvió. Algunos regresaron a sus hogares, otros murieron en el camino, algunos se habrían dirigido a Roma y otros a Marsella donde probablemente habrían sido vendidos como esclavos. Pocos fueron capaces de volver a casa y ninguno llegó a Jerusalén.
Frustrada ‘la gran esperanza’, ya nadie les daba nada. A finales de año, en pleno invierno, volvieron a atravesar los Alpes. Algunos lograron sobrevivir a esta dura y última prueba, a través de senderos intransitables, la nieve, la escarcha y el frío. Otros, desanimados para volver a su patria, se quedaron en las ciudades italianas, acampando en las plazas públicas o los alrededores.
En los ‘Annales Marbacenses’ se dice: «Una gran parte de ellos yacían muertos de hambre en las ciudades, en las plazas públicas, y nadie los enterraba.»
El iluminado pastor francés
El segundo movimiento fue promovido en Francia. Una crónica francesa relata que en junio un niño pastor llamado Esteban, del pueblo de Cloyes, decía que el Señor se le había aparecido en la figura de un pobre peregrino. «Después de aceptar de Él el pan, le dio unas cartas dirigidas al rey de Francia. Esteban se dirigió donde el monarca acompañado por otros pastores de su edad. Poco a poco se formó en torno suyo una gran multitud procedente de todas las Galias, de más de treinta mil personas.»
Hay pocas referencias concretas de Esteban de Cloyes, quien tenía 12 años de edad y a quien algunos de sus contemporáneos le atribuían milagros y llamaban ‘el pequeño profeta’ o ‘el niño milagroso’.
Después de atraer a la multitud, se dirigió a Saint-Denis donde fue visto practicando milagros. Allí habría sido recibido por Felipe II, quien aconsejado por la Universidad de París, ordenó a la multitud dispersarse. La mayoría obedeció y se retiró. A los muchos que quedaron, dos comerciantes les ofrecieron siete barcos para llevarlos hasta Siria.
Miles de expedicionarios se embarcaron en siete grandes bajeles, pero a los pocos días fueron sorprendidos por una furiosa tempestad. Dos de las embarcaciones naufragaron y todos sus ocupantes murieron ahogados.
Los cinco navíos restantes llegaron a Alejandría y Bujía, donde los dos armadores vendieron a los niños a los mercaderes y jefes sarracenos como esclavos.
Un relato de la época dice que en 1230, o sea, dieciocho años después de la Cruzada de los Niños, Maschemuc de Alejandría «conservaba aún 700 que ya no eran niños, sino hombres en toda la plenitud de su edad».
Por José Luis Vargas Cifuentes