Mujeres Cajamarquinas » La bendición de una madre ante el patriotismo en la guerra de San Pablo

0
915

RECOPILADO POR: DAVID LEZAMA ABANTO.

Me parece ayer, y sin embargo era muy niño cuando pasó la escena triste y conmovedora antes de la guerra de San Pablo el 13 de julio de 1882, escena que lacera mi corazón.

Tomábamos el café, el café de las 3 de la tarde en el salón de mi casa; mi madre triste y sombría, enflaquecida por el dolor y vestida de luto se hallaba allí, mis hermanas y yo, conversábamos en un extremo saboreando nuestro frugal Lunch, cuando de pronto se oye ruido de pasos y sonido de espadas. En la puerta del salón acababan de aparecer tres jóvenes oficiales, mejor dicho, tres niños vestidos de militar, llevaban ropa blanca de jerga con vivos negros, un quepí forrado en tela blanca y sencillas espadas.
-¿Hay café para nosotros? exclamó uno de ellos penetrando el primero.
-Adelante, dijo mi madre, y los tres oficiales entraron.
-Enrique, Enrique (Enrique Villanueva, alumno del colegio «San Ramón», subteniente, de 19 años de edad), gritamos, yo y mis hermanas, lanzándonos sobre el más joven, y le rodeamos, yo colgándome de su espada y mis hermanas llenándole de besos. Era mi hermano, los otros dos sus íntimos amigos.
-¿Pensáis todavía en marchar a la campaña? Exclamó mi madre con voz triste.
-Sí, dijeron los tres.

  • Pregúntale a Magno madre mía, dijo Enrique, el indescriptible entusiasmo reina en la ciudad, se han alistado todos los alumnos de tercero y cuarto año, muchos de segundo que son de buena talla; del comercio han salido más de 50 y son mucho más jóvenes que yo.
    ¿Cómo quieres, madre mía, que yo también no me ofrezca voluntario a luchar por mi patria? Séte razonable, madrecita mía; te voy a contar algo que te anime y fortalezca: Cuando las madres de los espartanos veían a sus hijos marchar a la guerra, Les gritaban con gozo -Ve, corre y no vuelvas sino con el escudo o sobre él; es decir muerto o triunfante, lucha por tu patria, el Éurotas no corre para los esclavos ni los cobardes.
    -Esas mujeres no tenían corazón, exclamó la madre de mi amor, bañando sus mejillas de lágrimas.
    -No señora, dijo otro de los oficiales, lo tenían grande y generoso. Habían sido educadas en la moral más austera y el amor a la patria lo sobreponían a todo otro afecto.
    -Y sin embargo, la mejor moral aconseja amarnos los unos a los otros ¡la guerra es tan monstruosa! Exclamó mi madre. Ustedes no saben, niños, lo que es dejar el hogar vacío; van gozosos al campo de batalla entre los toques de la diana y enardecidos por los himnos patrióticos, mientras nosotras, vuestras madres, que os seguimos con el espíritu, os vemos hambrientos y cansados, bañados en sudor y en sangre, luchar y morir, solos y abandonados sin recibir socorro ni consuelo…..
    -Madre mía; pero es hermoso morir por la patria y bañarse en la sangre del enemigo común, y después, vivir en la inmortalidad. ¿No quieres la gloria para tu hijo? Dijo mi hermano.
    -En esa ambición cabe mucho egoísmo hijo de mi alma. La respuesta era una objeción cruel y abrumadora, esos niños Pisaban en un abismo; la lógica del amor materno y el espíritu de la fraternidad los arrollaba. Así lo habían comprendido cuando variaron el ataque, exclamando los tres,
    -Pero si no hay peligro, el enemigo ya a contramarchado, vamos solo a intentar su persecución…..
    En ese momento una corneta tocaba en la esquina de la casa. El Clarín con sus lugares y prolongadas vibraciones llamaba al cuartel.
    -Al cuartel, al cuartel, conectarse en el cuartel… ¡Al cuartel!
    Esa era la interpretación que daban los oficiales al largo sonido del Clarín; así lo habían aprendido en la academia.
    -Nos llaman, dijeron, y los tres oficiales se pusieron de pie.
    Mi madre principió a sollozar. ¿Porqué temblábamos todos nosotros? no lo sé. Algo superior al pensamiento y a la preocupación nos embargo, el destino sombrío había señalado a esos tres niños el camino de la gloria. Se levantaban a dar la eterna despedida.
    -¿Marchan? Dijo mi madre.
    -Sí, madre mía, dijo Enrique, marchamos. Dame tu bendición, y en el nombre de la madre de mis amigos dásela a ellos. Y adelantándose se postró de rodillas a sus pies.
    Los otros 3 cayeron también te rodillas.
    -Hace poco, dijo mi madre ahogando sus sollozos, me decíais qué es hermoso morir por la patria, verdad que es hermoso, cómo es triste y sombrío. Adiós, hijos míos, Dios y la Virgen Santísima os amparen. Adios y… levantando la mano los bendijo.
    Cuando mis hermanas y yo, llorando socorríamos a mi madre que desfallecía, los jóvenes soldados corrían ya lejos. La corneta continuaba su lúgubre llamada: ¡Al cuartel, concentrarse en el cuartel, al cuartel…..! Pasados 4 días de esta escena, vestíamos de luto, llorábamos en silencio y veíamos a mi madre encanecer. La patria nos debía un héroe. Enrique Villanueva, murió en San Pablo defendiendo a su patria.

Fuente: Dammert Bellido, José. CAJAMARCA DURANTE LA GUERRA DEL PACÍFICO.