ENVEJECER EN TIEMPOS DE COVID-19. Por Octavio Huachani

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En nuestro país, la población de personas ancianas o en trance de serlo, aumenta y se moviliza de manera discreta y silenciosa. La mayoría de los ancianos no desea que sus canas o arrugas sean motivo para burlas o bromas pesadas. Y pese a que las evidencias señalen lo contrario tampoco admiten ser viejos.

Conviven con el temor de ser marginados de su entorno laboral, social y/o familiar. Este sentimiento se torna en drama cuando van observando que su mejor refugio, el amical, -donde se desenvolvían en total confianza-, con los años se ha ido reduciendo hasta llegar a desaparecer. Este temor de los ancianos surge porque en nuestra sociedad a los adultos mayores se les considera una carga. Se les imagina inútiles, arcaicos y obsoletos.

En suma, desechables. Debido a esta injusta situación, muy pocos se animan a evidenciar sus dolencias o achaques, tratando de evitar revelar sus añosas edades. En los países de América Latina el proceso de envejecimiento se caracteriza por ser más rápido y perverso que en los países desarrollados. Esto se debe a que las personas envejecen dentro de un contexto de pobreza e inequidad socio-económica, cultural y de género.

En el Perú por ejemplo, por décadas, solo los hombres tenían acceso a los altos niveles de instrucción y por ende, al mercado laboral. Por ello las cifras indican que la mayoría de los pensionistas son varones ya que hasta hace treinta años las mujeres se encontraban marginadas del sistema laboral. De ese modo, ellas solo debían dedicarse a tareas domésticas y a la crianza de los hijos. Pero esa desventaja iba, y aún va, más allá de lo permisible.

Una muestra es que los sistemas de pensionarios todavía continúan considerando a los hombres como la principal fuente de ingresos del hogar. Por ello cuando el titular fallece, la viuda tiene derecho solo al 50% de la ya exigua pensión. Según el Instituto Nacional de Estadística e Informática, INEI, (Encuesta Nacional de Hogares) en nuestro país existen 4 millones 140 000 personas de 60 a más años de edad que representan el 12,7 % de la población total al año 2020. Una revisión a estadísticas anteriores del INEI, nos indica que conforme avanzan los años se evidencia una creciente feminización.

Del total de la población de adultos mayores, el 52,4% son mujeres (2 millones 168 000) y 47,6% hombres (1 millón 973 000). Las mujeres adultas mayores representan el 13,2% del total de la población femenina del país y los hombres adultos mayores el 12,2% del total de la población masculina. Por su parte, un estudio del Ministerio de Salud, MINSA, señala que la expectativa de vida de los peruanos se incrementó a 76.9 años en promedio, lo que significa un alza de once años en las últimas tres décadas. Según este informe, elaborado por el departamento de Estrategia Sanitaria Nacional de Prevención y Control de Daños no Transmisibles, enfermedades como la hipertensión arterial, cardiopatías, fibrosis pulmonar, diabetes, obesidad y cáncer, continúan incrementándose entre los ancianos cada año. Sin embargo, es necesario señalar que otros estudios remarcan que la depresión es uno de los males más frecuentes y nociva para los ancianos.

Como se sabe, la depresión baja las defensas del organismo y deja a las personas expuestas a contraer cualquier enfermedad, que en los adultos mayores puede resultar letal. Al respecto, según un informe de la gerencia de compras de EsSalud, los ansiolíticos y antidepresivos ocupan el 65% de sus compras de medicamentos. Asimismo, una investigación realizada a raíz de sucesivas congestiones de pacientes en la sala de emergencias de esa entidad reveló que gran parte de los concurrentes eran ancianos que acudían por casos que los especialistas denominan como urgencias, es decir que no presentaban signos de dolencias que podrían poner en riesgo su vida.

El documento señala que la mayoría de los pacientes eran varones. Esta situación se ha agravado desde el 16 de marzo, cuando se decretó el primer aislamiento obligatorio por el coronavirus. Para algunos el teléfono se convirtió en el único punto de conexión sobre todo para aquellos padres ancianos cuyos hijos ya no viven en la misma casa y algunas veces ni tienen relación con sus padres. Entonces el drama se hace mayor cuando algunos de los padres enferman, los primeros en socorrerlos son los vecinos, pero al llegar a las puertas de los nosocomios les dicen que no pueden internarlos por el riesgo de contagio con la Covid-19 y que además no había camas y que la política actual del Estado es priorizar la recuperación en un contexto familiar y comunitario. Contexto del que carecen.

Por Octavio Huachani.