Perú: un país con desigualdades y corrupción…Por Octavio Huachani Sánchez

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En un reciente artículo el New York Times, habla sobre las debilidades de la historia de éxito de Perú en su lucha contra el coronavirus. Según la publicación una profunda desigualdad y corrupción frustraron las medidas que las autoridades de nuestro país adoptaron para afrontar la pandemia pese a que el presidente Martín Vizcarra siguió los mejores consejos cuando el coronavirus llegó a Perú.

“Ordenó uno de los primeros y más estrictos confinamientos de América Latina y lanzó uno de los mayores paquetes de ayuda económica para facilitar a los ciudadanos que se quedaran en casa. Compartió detallados datos de salud con el público, se apresuró a agregar camas y ventiladores a los hospitales y aumentó el número de pruebas. Además, puso en marcha uno de los primeros y más estrictos confinamientos de América Latina y lanzó uno de los mayores paquetes de ayuda económica para facilitar a los ciudadanos que se quedaran en casa. Compartió detallados datos de salud con el público, se apresuró a agregar camas y ventiladores a los hospitales y aumentó el número de pruebas, sus robustas arcas públicas y niveles récord de aprobación, el gobierno centrista de Vizcarra parecía estar bien preparado para enfrentar la pandemia” señala el artículo.

Finalmente menciona que “la crisis ha estropeado el barniz de progreso económico de Perú, y expuso la desigualdad y la corrupción fuertemente arraigadas que han obstaculizado la respuesta a la pandemia”.

¿A que se refiere con el barniz?

En nuestro país existe una desigualdad social y económica que tiene larga data. Una desigualdad que se esconde y no se muestra en las cifras oficiales.

La Encuesta Nacional de Hogares (ENAHO) es una herramienta que utiliza el gobierno para conocer la situación de pobreza y desigualdad en nuestro país, pero que casi nunca, muestra la situación real existente.

Por ejemplo, en el 2014 la encuesta de la ENAHO señaló que el hogar más rico del país se encontraba en la provincia de Picota, en la región San Martín, con un ingreso anual de 1.11 millones de soles. Lo contradictorio era que los que habitaban esa casa no poseían título de propiedad y carecían de servicio de agua potable. Pero eso no es todo. En el 2015 el hogar más rico se situaba en Moyobamba, región San Martín, con un ingreso de apenas 700 mil soles al año y habitaba una vivienda que tenía el techo de calamina. Recién en 2016, el hogar más rico se ubicó en el mesocrático distrito de San Isidro, pero con apenas 1.13 millones de soles de ingresos al año.

Sin embargo, para la consultora internacional Knight Frank existen más de 17 mil millonarios en nuestro país. Según la consultora unos 880 peruanos cuentan con más de 10 millones de dólares. Otros 300 más de 30 millones de dólares mientras aproximadamente 37 peruanos tienen más de 100 millones de dólares. Y, por lo menos, cinco familias peruanas con más de mil millones de dólares. Por supuesto ninguno de ellos aparece en las encuestas de ENAHO. Tampoco los 10 primeros puestos de los hogares más ricos. Ellos no figuran en la data oficial. Los datos oficiales solo hablan de la pobreza existente en nuestro país, no de los millonarios.

Si bien en los últimos 10 años, la economía peruana logró crecer a una tasa promedio anual de 4,4%, lo que le valió el reconocimiento internacional a su estabilidad macroeconómica y política monetaria, este crecimiento esconde una realidad, que ahora, tras 90 días de inmovilización social, se muestra en los rostros de miles de personas que poniendo en riesgo sus vidas, toman las calles para buscar un sustento para sus hogares. Esa es la realidad.

Y esa realidad no se combate con la policía montada o los decomisos de sus mercaderías.

Hay que entender que no puede hablar de haber progreso ni emprendimiento real en un país como el nuestro que tiene un 70% de informalidad.

Lo demás es una irrealidad que nos han hecho creer durante décadas y que los ilusionistas de la economía fomentan. Porque más medio país se dedica al “cachuelo”, al “recurseo”, a la “cachina”. A esto el New York Times llama “el barniz” de la realidad peruana.  

En estos momentos siete de cada diez peruanos sale a las calles a buscar el pan de cada día aún a riesgo que se contagie. Detrás de cada ambulante hay niños que reclaman comida, padres ancianos de mirada resignada, que no se atreven a reclamar nada, porque sabe que esta historia se repite años tras año. Que no va a cambiar.

Esa es la cruda realidad que esta pandemia nos ha abofeteado el rostro. Durante décadas nuestra realidad ha sido construida sobre una irrealidad, una ficción alimentada con programas asistencialistas que no generan progresos, ni superación. Si conformismo, ociosidad.

Mientras los jóvenes trabajadores siguen explotados percibiendo sueldos míseros. Y hasta los trabajadores con experiencia ganan ese sueldo mínimo gracias a las artimañas de los empleadores que les ofrecen ingresos mayores pero disfrazados de bonos y que, por supuesto, no figuran en las planillas, ni gratificaciones ni liquidaciones cuando son despedidos.     

¿Qué hacer?

Sin duda resulta complicado revertir toda la estructura social y política donde la corrupción, está enquistada en todo el aparato estatal.

La repartija que los funcionarios hicieron con las canastas con alimentos, de bonos universales o rurales, no ha hecho más poner en evidencia lo que es vox poluli. Todo está corrupto, solo e benefician las autoridades y sus allegados coludidos, muchas veces, con dirigentes de programa asistenciales. Y ni hablar del escandaloso negociado de las clínicas privadas con las pruebas moleculares, avalados por la pasividad de las autoridades de Salud.

El problema es que a este gobierno le queda poco tiempo para revertir estas desigualdades y que del próximo gobierno no asegura nada. La populista actuación de los nuevos inquilinos del Congreso nos ha demostrado que, en este país, llamado Perú, nada cambia.