«Richard, el migrante venezolano»… Por Octavio Huachani Sánchez

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Para poder comprender la presencia de miles de venezolanos en nuestro país es necesario hacer una retrospectiva sobre la migración que sufrió nuestro país a partir de 1940 cundo Lima se transformó en el destino de millones de provincianos que llegaban a la capital ahuyentados por la grave crisis de en la agricultura ocasionada por las pésimas condiciones climáticas que produjeron la quiebra económica de miles de campesinos que tuvieron que abandonar su medio de subsistencia en busca de mejores condiciones de vida. Décadas después -a partir de 1985-, miles de peruanos inician la diáspora que hasta dura hasta la actualidad.

En todos los países del planeta, algunos en mayor o menor medida, reciben el arribo de peruanos. La migración no conoce de todas clases sociales o grupos culturales, todos migran. Prácticamente hay peruanos en todas partes del mundo, incluso en África, todo ellos, a pesar de la distancia, con ganas de volver a sus raíces aunque sea por algunos días. Para ellos Pedro Suarez Vertiz escribió esta hermosa canción: “Cuando pienses en volver Aquí están tus amigos, tu lugar y tu mujer Y te abrazarán Dirán que el tiempo no pasó Y te amarán con todo el corazón”. Morir un poco “Partir no solo significa dejar su país.

Cada paso hacia adelante uno deja atrás a sus familias, sus amigos, sus costumbres y además de un escueto equipaje solo nos acompaña los deseos de trabajar para poder ayudar a los familiares que dejamos en nuestra patria”. Está hablando Richard Jiménez Germán para quien viajar y llegar a Perú fue una verdadera una odisea.

Richard mide apenas 1.3 cms. y viajar durante cinco días subiendo y bajando diferentes buses le demandó mucho esfuerzo. Él es natural de Valencia, Carabobo y el mayor de siete hermanos. Tiene 35 años y actualmente vive en Tahuantinsuyo del modesto distrito de Independencia donde comparte habitación con tres amigas que viajaron con él. Lleva un año tres meses en nuestro país y ya se adaptó a sus usos y costumbres y sobre todo, a su comida.

Todos sus días son iguales: se levanta muy temprano y se pone e preparar y embotellar los refrescos que luego ofrecerá en el mercado de Caquetá donde se ha hecho muy conocido. Pese a ello a veces le resulta difícil vender toda mercadería lo que dificulta completar para la comida del día, los pasajes y juntar para el pago de la habitación y también para enviar algún dinerito para mi mamá- “No puedo negar que hay días “flojos” donde las ventas bajan y la situación es desesperante y entonces tengo que vender hasta muy tarde noche.

Hay días en que las jornadas de trabajan sobrepasan las 14 horas”, confiesa. “Trabajas hasta muy tarde Y no puedes descansar Las palabras de tu madre empiezan a sonar Cuando tú te estés muriendo por un poco de amor Hijito sigue adelante domina al corazón Debes sacar los tormentos de tu corazón Pues el dolor no es eterno y pronto saldrá el sol, saldrá el sol”. Hay días y fechas cuando inevitablemente lo invade la nostalgia.

Los cumpleaños de cada uno de mis hermanos (Rixon, Romar, Freddy, Rodolfo, Rassiel y Robinson) pero sobre todo en navidad. Es terrible vivir lejos de la familia, dice mientras que a duras penas contiene una lágrima. “Algunos tienen la idea errada de que llegamos aquí para quitarles trabajo y eso no es cierto. Acá hay muchos venezolanos pasándola mal. A los indocumentados a veces les pagan poco y los hacen trabajar hasta 12 horas diarias de lunes a lunes”. “Las visas de trabajo también son cuesta arriba conseguir allí y desde el momento que se sella el pasaporte corren 90 días para lograr tener una”. “Nosotros somos conscientes que lograr algo requiere de una cuota de sudor y nostalgia que algunos venezolanos estamos dispuestos a dar.

Pese a todo todos estamos agradecidos de la buena voluntad de muchos peruanos que ven de buen grado nuestra presencia”, concluyó